Historia de amor al límite

De 17/9/13

Cine

Historia de amor al límite

Historia de amor al límite

La recreación de Los áspides de Cleopatra, de Francisco de Rojas Zorrilla, que Guillermo Heras acaba de estrenar en la Casacuberta, acentúa tanto la imposibilidad de contemporaneizar un clásico como la necesidad de privilegiar la ficción frente al rigor histórico. Sólo que la producción pertenece a la Compañía Nacional de Teatro Clásico de España (CNTC), guardia pretoriana del teatro en verso del Siglo de Oro que, por primera vez, trabaja con actores porteños en un montaje integral.

La cuchilla del acento local produce un acontecimiento sonoro y expresivo profano que da forma, en escena, a una apropiación mestiza. Por un lado, esto es la esencia de la puesta según Heras, pero también amalgama dos tradiciones de actuación -la española y la argentina- que traccionan la lengua castellana con respiraciones bien distintas. El resultado es un híbrido bien nutrido para la escena porteña actual.

Si las versiones “verídicas” de Cleopatra y de Marco Antonio que nos llegaron son una forma posible de recorrer sus vidas, la obra juega lo propio en una versión libre de los hechos. Se toma varias licencias Rojas Zorrilla en este material que no se monta desde 1798. No es un espectáculo sobre el poder, más bien pone el foco en la historia de amor jugada hasta el límite entre Marco Antonio (Gustavo Pardi) y Cleopatra (Iride Mockert).

La puesta dialoga permanentemente con las versiones en cine de Cleopatra, cuyos fragmentos de imágenes son proyectadas en pantallas que integran la escenografía. El objetivo de Rojas Zorrilla y de Heras fue entretener. Hay sangre, sexo, batallas, canciones, bufones y la cuestión del honor ultrajado como verdadero motor de los acontecimientos. Irene (Anahí Gadda) es traicionada por su esposo, Marco Antonio, y lo perseguirá hasta cobrar su ofensa. Cleopatra es una estratega, pero también una mujer capaz de cometer torpezas por su obnubilado enamoramiento. Al escapar de su cautiverio romano se equivoca de seña y, en vez de la adecuada, larga el nombre de su amado. Algo que le traerá varios problemas.

No hay una escenografía ni un vestuario suntuosos como en los anteriores montajes que la CNTC trajo a Buenos Aires. El dispositivo escenográfico se trasladó al terreno del reciclaje, cercano al kitsch. Hay palmeras de plástico y pocos objetos que sitúan los espacios de acción. Al igual que el músico que interviene en vivo, todo se expone como artificio para exhibir que la historia es movida por las pasiones. Y en esa zona el teatro puede dar cuenta de lo inabarcable.

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